- 7 de diciembre de 2020
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Vivimos en un mundo de cambios permanentes y cada vez más vertiginosos. Cambian las formas en que hacemos nuestro trabajo, cambian las maneras de enseñar y las de aprender, ya no nos relacionamos como antes, nos informamos con otro formato, cambia la manera en la que nos entretenemos, todo cambia. Compramos distinto, consumimos de otra forma, aprendemos a aprender todo el tiempo. Se ha hablado mucho sobre la magnitud y la velocidad del cambio, pero no se detiene, se profundiza y se confirma que el vértigo y la incertidumbre son el escenario y ahí hay que saber desenvolverse de la mejor manera, estando siempre listos.
A diferencia de las habilidades duras, que se identifican con todo el conocimiento académico curricular obtenido durante el proceso formativo formal, las habilidades blandas tienen que ver con la puesta en práctica integrada de aptitudes, rasgos de personalidad, conocimientos, valores adquiridos y el talento natural (frecuentemente desconocido).
Se estima que el 65% de los niños que ingresan a la primaria hoy trabajarán en empleos que aún no existen, por lo que resulta imprescindible una enseñanza que desde esa instancia los prepare para poder desarrollar de manera permanente las denominadas habilidades blandas.
Desarrollar la creatividad, la curiosidad, la imaginación, estar muy preparados para la resolución de problemas, profundizar la capacidad de análisis, aprender a trabajar en equipo, la adaptabilidad al cambio, la persuasión, la capacidad de comunicarse, la colaboración, la habilidad en las relaciones y la buena administración del tiempo son variables muy valiosas en nuestros días y en lo que viene, más allá de las habilidades “duras” o técnicas.
Es tan grande la velocidad del cambio que cada vez toma más protagonismo el denominado COEFICIENTE DE ADAPTABILIDAD (AQ), que apunta a la capacidad de absorber nueva información, la de resolver aquello que es relevante, de desaprender el conocimiento obsoleto, de superar los desafíos y de hacer un esfuerzo consciente y permanente por cambiar. Adaptarse o volverse obsoleto parece ser la nueva regla, con una alta dinámica que se va moviendo todo el tiempo.
El conocimiento de habilidades duras es esencial en la etapa de inicio de la vida laboral pero, para ascender y crecer, no son suficientes. Se requiere el dominio de habilidades directivas, que son transversales e indispensables para las personas que ocupan cargos en que, lo más importante, es la capacidad para desarrollar a otros.
Para dimensionar la importancia de desarrollar las habilidades blandas hay un estudio de la Universidad de Harvard junto a la Carnegie Foundation y el Standford Research Center, donde afirman que las soft skills producen el 85% del éxito en las carreras, mientras que las hard skills, sólo el 15%.
Y esto tiene bastante sentido. ¿No conoces personas que son brillantes en sus áreas de especialización pero que a pesar de eso no logran tener éxito? Puede ser porque no saben cómo armar su carrera, o porque no tienen la capacidad para socializar, o porque no saben trabajar en equipo.
Si nos ponemos a pensar un poco, en realidad estas llamadas habilidades blandas siempre existieron. Son cualidades que aplicamos no sólo en el trabajo sino también en la vida.
La capacidad de desarrollar la empatía para ponerse en el lugar del otro, o la virtud de tener siempre un enfoque positivo a la hora de resolver problemas, sirven tanto para trabajar como para vivir.
No existe un listado único de habilidades blandas, sino que más bien es algo flexible, pero sí hay algunas que la mayoría de los profesionales en la materia citan:
– Comunicación: refiere a la capacidad de vincularse con otras personas, ya sean compañeros de trabajo, proveedores, clientes, colegas, etc. Incluye también la habilidad para hablar en público.
– Cortesía: aunque parezca muy básico mencionarlo, siempre es útil recordar su importancia.
– Flexibilidad: es la capacidad de adaptarse al cambio; no bloquearse con ello, saber que es algo muy dinámico que requiere ajustar las velas al viento todo el tiempo.
– Integridad: en el trabajo como en la vida, la honestidad es un valor no negociable.
– Habilidades interpersonales: para interrelacionarse con los demás, valores como la empatía, el buen humor, la disposición a enseñar y ayudar son algunos ejemplos.
– Actitud positiva: enfrentar todo con una mirada optimista (o al menos no pesimista) ayuda al éxito y a pasarla bien, transmite energía positiva que impacta en los resultados y en el ambiente laboral (y en uno mismo).
– Profesionalismo: ser y parecer, tiene que ver también con la imagen que proyectamos.
– Responsabilidad: no es más que el sentido común, cumplir con los plazos, respetar horarios, el compromiso.
– Trabajo en equipo: ayudar a los demás, dejar ayudarse, sumar y usar los talentos de unos y de otros para hacer en conjunto lo que no puede hacerse solo.
– Ética laboral: trabajar a conciencia, tener proactividad y compromiso.
Como puede observarse las habilidades blandas pueden aprenderse y desarrollarse a lo largo del tiempo; de hecho, por eso se las denomina así. Los invito a empezar por un auto análisis de cómo están frente, al menos, estos 10 puntos y a trabajarlos a conciencia, a sabiendas que esto tendrá repercusión positiva en su vida personal y en el plano profesional.
Nancy Sirker Polanco
Global CFF Costa Rica